José Capuz Mamano (Valencia 1884 – Madrid 1964) supuso para el panorama escultórico español del primer tercio del s. XX el paso de la tradición a la contemporaneidad encarnando la reformulación de las artes escultóricas. Sobre la base de premisas propias de la antigüedad clásica, Capuz incorpora un lenguaje personal caracterizado por la simplificación expresionista propia del momento artístico en el que se desarrolla su obra. Formado académicamente en el taller de imaginería familiar y, posteriormente, en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos en Valencia, se traslada a Madrid para, poco después, iniciar un periodo de formación en países como Italia y Francia donde se contagia, en el primero, de la serena belleza de los perfiles clásicos y, en el segundo, de la indiscutible transición que supone Rodin para la escultura contemporánea.
En un segundo periodo profesional de su vida, entre su vuelta a Madrid y la posguerra española, Capuz se consolida académicamente obteniendo la Cátedra de Vaciado y Modelado de la Escuela Superior de Artes y Oficios de Madrid y, después, como académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Esta etapa supuso para Capuz la oportunidad de alcanzar el ansiado equilibrio entre lo aprendido y asimilado en su viaje europeo y las corrientes artísticas del momento; es decir, logra la armonía entre la tradición de los referentes clásicos y la incorporación de un lenguaje personal caracterizado por estar cargado de un alto contenido espiritual; trasciende la serenidad y delicadeza de las formas clásicas para dotar de emoción y narración a la obra escultórica al aprovechar la anatomía humana como vehículo conceptual, algo muy difícil de conseguir en un género como el escultórico y, más aún, en la escultura religiosa procesionaria.
La historia española va a definir la que será la tercera y definitiva etapa profesional de Capuz, pues la Guerra Civil trae consigo una importante destrucción del patrimonio religioso de cofradías procesionarias e iglesias a lo que seguiría, además, un nuevo clima de exaltación neocatolicista. La principal consecuencia será un importante número de encargos con el fin de reponer el inventario de imágenes con la peculiaridad de que éstos, mayoritariamente, pedían la máxima fidelidad a la imagen original. Esta circunstancia dejará poco margen a la creación artística pero Capuz, consagrado ya por un reconocimiento unánime de la crítica, supo superar y aprovechar esto aunando las restrictivas especificaciones de sus encargos con las características de su obra absolutamente personal, razón por la que se convierte en referencia indispensable del panorama artístico español de su época.
Es en este contexto temporal y artístico en el que la Hermandad de Labradores, Paso Azul, decide encargarle la realización de una talla que habrá de sustituir a la desaparecida imagen de la Stma. Virgen de los Dolores, titular de la cofradía.
Dentro de la producción escultórica del maestro valenciano hemos de diferenciar las obras religiosas y las profanas. La obra religiosa de José Capuz adapta las corrientes artísticas contemporáneas a la imaginería –anclada en la tradición– imprimiendo en ella los rasgos característicos del resto de su producción, lo que le confiere un aire ciertamente novedoso. El religioso es un tema que comienza a abordar en la mitad de los años 20, con obras destinadas a la cofradía marraja de Cartagena como la Virgen de la Soledad o la Piedad, y en el que se ve ratificado como renovador con la realización en 1930 del grupo escultórico del Descendimiento, también para la cofradía cartagenera y que consigue equilibrar perfectamente la tradición y la innovación.
La gran demanda de imaginería tras la Guerra Civil, género este al que prácticamente se vería reducida la actividad de los escultores, provoca que las cofradías encarguen un gran número de tallas, obras que prácticamente debían reproducir las anteriores. José Capuz, con una carrera ya consagrada antes de la contienda, combina con acierto las exigencias de los encargos con sus propias inquietudes como artista. Consistían estas en dignificar la imaginería como escultura, equiparándola con la estatuaria clásica, por ejemplo, con la utilización para la realización de la imagen de San Juan Evangelista de Cartagena de un vaciado en yeso de un busto clásico del s. II d.C., en la que subyace el interés del escultor por el mundo clásico y los valores que pudiera aportar a la imaginería.
Pese a la coyuntura, Capuz consigue realizar una actividad de creación real, llevada a cabo desde el conocimiento de las imágenes de culto y la incorporación a estas de la novedad que traían las corrientes artísticas y las características propias de su obra.
En cuanto a la obra profana, Capuz se emplea en una obra expresionista de manera mucho más evidente, con la representación de arquetipos del dolor o la espiritualidad, especialmente en sus trabajos en bronce. En su estancia en Roma entra en contacto con los autores clásicos que tomaría como referentes en su trabajo y, particularmente, con la escultura renacentista de Miguel Ángel, cuya influencia es evidente en numerosas obras posteriores.
Es claro el gusto por lo clásico en el trabajo de Capuz, y a este acudiría para reinterpretarlo en esculturas de carácter personal que se enmarcan en las corrientes artísticas del momento, con el resultado de obras como Diana cazadora, de marcadas resonancias art decó.
Al aceptar el encargo de la Santísima Virgen de los Dolores, Capuz afronta uno de los encargos más difíciles de su carrera, pues la obra ha de ajustarse a las restrictivas condiciones especificadas en el contrato con la Hermandad de Labradores y a los propios principios del escultor. Uno de estos axiomas consistía en la negativa del artista a tallar imágenes de vestir, lo que hacía extremadamente complicado completar el trabajo, pues la imagen debía ajustarse a las medidas de la anterior con el objetivo de que pudiera portar el manto ideado por Cayuela.
Una vez aceptado el encargo, decide representar a la Madre de Dios arrodillada sobre una roca del calvario, adorando la Cruz que sirvió para matar a Jesucristo. Esta disposición sigue las líneas que trazara en su juventud cuando talló «Ídolo» con el objetivo de representar el arquetipo universal del orante.
De la misma manera idea un rostro sereno y solemne para remarcar el carácter de icono venerable de la dolorosa. A esa serena grandeza de la Virgen de los Dolores contribuye su decidida frontalidad y simetría, características muy presentes en la estatuaria egipcia, uno de los principales referentes estéticos en la obra de Capuz. En este sentido también es necesario señalar la escultura conocida como Artemisa Farnesia, que concentra todos los elementos caracterizadores del ídolo religioso desde tiempos ancestrales tales como su acusada frontalidad, la actitud de orante u oferente y la utilización del revestimiento con un ajuar de carácter simbólico. Todo esto hace de la Virgen de los Dolores un ejemplo de la más bella escultura clásica pero concebida en el siglo XX.
En definitiva, Capuz consigue realizar una imagen atemporal de la serena meditación de los misterios dolorosos de María, que hoy en día sigue desempeñando su papel de reina en el fastuoso cortejo bíblico lorquino.